domingo, 9 de octubre de 2016

Las cuatro plumas

Las guerras coloniales del Imperio Británico durante el siglo XIX (en mucha mayor medida que en el slglo XVIII) han sido un foco importante de inspiración para libros y películas. La delgada línea roja que defendía las fronteras o que ahondaban más aún en territorios exóticos, con sus episodios de caballerosidad y honor, se reflejaba en páginas y fotogramas con inusitada fuerza. Parajes como la India, Afganistán o Sudán eran conocidos por el público europeo gracias a esas aventuras. 

Las cuatro plumas es una novela del para mí desconocido A.E.W. Mason, escrita en los inicios del siglo XX (en 1902, para se exactos) y ambientada en las guerras del Sudán de los años ochenta del XIX. 

Portada de edición desconocida. Sobria, como la novela.


El joven Enrique Feversham recibe un telegrama en el que se le conmina a presentarse en su batallón para trasladarse al escenario de operaciones. A punto de casarse y dubitativo en cuanto a su manera de proceder en la batalla (tiene un miedo atroz a no estar a la altura de la valiente estirpe de guerreros a la que pertenece), se deshace de la fatídica nota en presencia de varios compañeros, algunos de los cuales adivinan el contenido de la misma. 

Es por eso que, durante el baile en el que se anuncia su compromiso, recibe tres plumas blancas. Tras explicarle con total honestidad a su prometida el motivo de ellas, ésta no duda en añadir una cuarta de su cosecha, y rompe el compromiso. 

Pocos son los que confían entonces en Enrique Feversham, cuando éste decide limpiar su honor y comienza su particular odisea, en solitario, hasta que es capaz de restituir, una a una, las cuatro plumas. 

Esto es lo que hecho de menos de muchas novelas de hoy en día: que puedan trasladarte, sin mucho esfuerzo, a parajes exóticos a vivir aventuras que ponen a prueba los nervios más templados. Incluso en el género fantástico hay pocos ejemplos. 

El autor, también desconocido.


Además Las cuatro plumas consigue su objetivo sin grandes artificios, sino con sencillez y humildad. No hay una acción trepidante, pero a cambio se percibe la angustia de Feversham cuando piensa que no va a ser capaz de terminar su titánica tarea. Angustia que el lector comparte a poco que sea empático. 

Supe de Las cuatro plumas desde muy joven, cuando ví la película de 1939 en aquellas míticas sesiones de cine del sábado por la tarde en el VHF, pero es ahora, ya bien entrado en años, cuando he podido leerla. 

Un notable para el bueno de Mason. 

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