martes, 21 de agosto de 2018

Castas desde Iwo Jima

El maestro Clint Eastwood lo ha vuelto a hacer. 

Cartas desde Iwo Jima, esta película que va unida inexorablemente unida a Banderas de nuestros padres, es mucho mejor que ésta. Pero mucho mejor, dónde vas a parar.

Se trata de imágenes especulares. Si en Banderas de nuestros padres el foco estaba puesto en los chicos de los Estados Unidos de América, aquí lo está en los sufridos soldados del Imperio del Sol Naciente. 

Desde la llegada del general Kuribayashi a ese pedrusco de apenas veinte kilómetros cuadrados perdido de la mano de Dios, pero con gran valor simbólico, que fue Iwo Jima, asistimos a un juego de contrastes. 

Kuribayashi (Ken Watanabe)


Kuribayashi, culto y refinado, admirador de lo occidental, tiene la misión de defender el terruño. Una misión que está aparentemente destinada al fracaso, pero a la que se enfrenta con tenacidad, ingenio y valor. Desde el principio organiza las líneas de defensa y diseña el plan por el que serán progresivamente abandonadas según vayan siendo superadas por el empuje y, sobre todo, la superioridad abrumadora en hombres y material que tendrán en frente él y sus tropas.

Pero también planta cara a los oficiales de alto rango que representan lo más rancio de la tradición militar nipona, supremacista, racista, clasista y muy -ista. Aquél generalato que no veía más allá de sus narices y que no buscaba una muerte gloriosa, aún a costa de perder de vista sus objetivos y, lo que es más duro, despreciando las vidas de los hombres que tienen bajo su mando. 

No obstante, no es Kuribayashi nuestro protagonista, sino el joven Saigo. Es a través de sus ojos que vemos todo lo que acontece en la isla, y son sus cartas, las que dirige a su mujer, las que dan título a la cinta. 

Ambos se transforman. Saigo, que desde el principio busca la forma de huir, entregarse a los americanos y sobrevivir para volver con su mujer y su hijo, se impregna del código de honor del general Kuribayashi y deja de un lado su pragmatismo. Por suparte, Kuribayashi cede a la desesperación y encabeza un ataque suicida, buscando su propia muerte. Será Saigo, el cobarde, quien le acompañe hasta el final. 

Saigo (Kazunari Ninomiya)


Kuribayashi y Saigo, una suerte de Don Quijote y Sancho Panza, permeables los dos, de tal forma que acaban siendo más parecidos de lo que se podría pensar. 

Y todo esto hace de Cartas desde Iwo Jima una película que he tardado en ver porque pensaba que iba a ser un truño. Nada más lejos de la realidad. Es una gran película, una más de las que el bueno de Clint Eastwood nos tiene acostumbrados. Una película bélica en la que lo menos importante es la guerra.

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