domingo, 18 de octubre de 2020

Horizontes de grandeza

 Horizontes de grandeza es un clásico del cine del oeste, como llamábamos los niños del siglo pasado a las películas que ponían los sábados en Sesión de Tarde de La1 (la que había, vamos) y que luego representábamos con los clicks de famobil. 

Aunque la he visto varias veces, la verdad es que no la recordaba como recuerdo otras, hasta que la volví a ver hace unos meses y redescubrí esta joya de William Wyler. 

El capitán (de barco) James McKay llega del Este para encontrarse con su prometida Patricia, hija del mayor Terrill. Desde el principio, con la llegada de la diligencia de McKay, nos damos de bruces con la realidad de la diferencia tremenda entre el refinado y culto Este con los territorios inmensos de la gran llanura de los territorios de frontera, el Oeste de toda la vida. 

 


El culto y tranquilo James llegará a la casa de su prometida, un enorme palacio construido en mitad de la nada y rodeado por los territorios de pasto de ganado, en medio de una guerra con la familia Hannassey, con cuyos vástagos se encuentra la pareja en el camino a casa y termina con el capitán McKay por los suelos arrado por el caballo del mayor de los Hannassey. 

Todos se irán dando cuenta de que el personaje es algo particular. Siempre tranquilo, apaciguado e indiferente a lo que los demás piensen de él, lo que termina sacando de quicio a su prometida hasta el punto de replantearse el compromiso, porque la reputación personal lo es todo en los territorios de frontaera y un hombre vale lo que vale su brazo y su habilidad para hacerse respetar. 

Al capitán McKay solo le importa lo que piensa él mismo, y el espectador lo verá en tres hechos fundamentales:

  • La excursión que hace al principio de llegar a la casona que provoca que todos los hombres del Mayor salgan al caer la noche, pensando que se lo encontrarán poco menos que muerto. Con lo que no cuentan es con que el capitán está acostumbrado a pasar noches al raso y orientarse por las estrellas en sus largas noches de navegación. Por eso la sorpresa es mutua: la del capitán porque se ha montado tanto revuelo y la de sus rescatadores porque está sano, salvo y tranquilo.
  • La doma del caballo salvaje que le ofrece el capataz Leech, que además no oculta su desprecio por el capitán. Este se huele la tostada y rehúye el enfrenamiento, pero cuando se queda solo se dirige al establo y con la ayuda de Ramón se monta una y otra vez después de cada dura caída hasta que el caballo acepta a su jinete. Sorprende que además prohíbe a Ramón hablar con nadie del tema.
  • La interminable pelea a puñetazos con Leech, en el que ambos quedan derrengados pero con el capitán triunfante una vez más. Pero a solas, siempre a solas.
 Gregory Peck convierte a este capitán James McKay en un personaje memorable de la historia del cine, a la altura de otros grandes personajes que defienden sus ideales, como el Jurado nº8 (Henry Fonda de Doce hombres sin piedad) o Atticus Finch (otro de Gregory Peck de Matar a un ruiseñor)
 

El hombre y la razón, frente a frente


Esta historia de firmeza y principios personales está trufada con el desamor y la vuelta al amor con Mrs. Maragon (casualmente la dueña del único abrevadero que hay en millas a la redonda y que permite usar a ambos ganaderos rivales) y la guerra entre familias que está a punto de terminar en un baño de sangre.  

Horizontes de grandeza es una película de personajes y actores, a pesar de la grandiosidad de los escenarios naturales en los que está rodado. Grandísimos actores princpales, como Gregory Peck y Jean Simmons, y grandísimos actores secundarios como Carrol Baker, Chuck Connors, Charles Bickford y, sobre todo, Burl Ives, al que recordamos como el padre de Paul Newman en La gata sobre el tejado de cinc

Hoy en imdb puntúa 7,9. Poco me parece para este películón de 2 horas y 46 minutos de metraje. Así que comprad provisiones y haced el visionado que merece.

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