martes, 26 de julio de 2011

Cavernícolas perfectos

He leído El valle de los caballos, segundo volumen de la señora Auel sobre Ayla, la huerfanita criada por neandertales, ya algo más crecida (aunque en la película que adaptó el primer volumen, Daryl Hanna fue la actriz que encarnó a Ayla, en la cronología de la serie literaria, el personaje tiene apenas catorce años cuando es expulsado del Clan).  

En este volumen se nos muestra a Ayla viviendo sola en el valle del que deriva el título. Se describe su vida sola, cómo se afana en sobrevivir y su esperanza por encontrar a alguien más de su raza. La historia se entremezcla con la de su futuro compañero, Jondalar de los zelandonii, que acompaña a su hermano Thonolan en un Viaje iniciático que le llevará a cruzar su destino con el de Ayla. El arco temporal que cubre el libro es de tres años, por lo que Ayla cumple los diecisiete, aproximadamente. 

En esta ocasión ya iba sobre aviso, no como cuando me enfrenté a El clan del oso cavernario, del que apenas sabía nada aparte de la adaptación cinematográfica y su fama como saga literaria. Por eso, aunque me ha costado casi más leerlo que el anterior, no abrí los ojos como platos con algunas de las ideas de la autora. Hasta he llegado a tomarme a guasa alguno de sus pasajes. 

Lo mejor que se puede decir es que la historia es entretenida. Y lo único, porque cuanto más pienso sobre ello, más coña parece.

Auel continua dándonos la chapa y mostrándonos todo lo que sabe de la vida cavernícola, pero luego la caga sin remedio. Primero, porque sus personajes son perfectos. Ni Ayla ni Jondalar tienen la más mínima grieta en su coraza de perfección; sus problemas son más imaginarios que reales; se enfrentan a todos los retos y de todos salen victoriosos; son los que mejor hacen... todo. Vamos, que dan asco: hacen fuego como si nada, Ayla aprende a montar milenios antes siquiera de que el Hombre se lo plantee o siquiera domestique animales (por no decir que convive con un león cavernario que come de su mano...). El acabóse.

Segundo, continua ahondando en esa, cuando menos curiosa, teoría de que los (mejor las) neandertales gozan de una memoria genética que pone a su disposición los conocimientos de todas las generaciones anteriores. O sea, que no aprenden, sino que recuerdan lo que sus antepasados ya sabían. Como Ayla no tiene esa "ventaja", tiene que esforzarse mucho más para conseguir los asombrosos resultados que vemos. Claro, no en vano es alta, rubia, blanca y cromagnon. 

Tercero, continúa también la tendencia a poner pensamientos actuales (aunque en aquellas fechas, principios de los ochenta, fueran revolucionarias) en personajes que viven miles de años en el pasado y que seguramente ni siquiera se planteaban dilemas morales como los que vivimos nosotros. Ya he escrito por aquí que esto es bastante común en escritores de lo histórico (véase la entrada sobre Follett), pero lo de esta señora raya lo absurdo. Vale, es feminista (supongo). Pero eso no quiere decir que las sociedades idílicas de antaño se basen en la igualdad entre sexos (que no entre géneros). Si le quitas la ambientación a El valle de los caballos, tenemos un mal culebrón de nuestros días.

Cuarto, lanza algunos temas que son bastante discutibles. Por ejemplo, Jondalar tiene una talla de 195 cm. No solo es inusual, sino que su hermano mide alrededor de 180 cm o más, y Ayla rondará esta talla. Curioso, cuando la talla media en Roma era de apenas 170 cm y sus legionarios eran bastante más altos que los demás pueblos con excepción de los celtas. O que los normandos de los siglos VIII  a X tenían una estatura media de menos de 180 cm. Hoy en día, los más altos del mundo son los Países Bajos (¡toma ya!) con una estatura media de 185 cm los hombres y 177 cm las mujeres. Está demostrado que la alimentación tiene una gran influencia en el tamaño de los pueblos, y que las generaciones suelen aumentar de tamaño respecto de sus predecesoras. Se ha visto también cómo en períodos difíciles la media tiende a disminuir (Edad Media en Europa, por ejemplo). No veo yo que se den las condiciones para semejante talla en una sociedad de cazadores-recolectores. Y menos para que esto no sea un mero accidente genético sino que esté generalizado.

Pero lo mejor de todo no lo he contado todavía. Ayla, al haberse criado con neandertales, carece de un lenguaje oral como Jondalar. Lo que pudiera saber de su infancia, ya lo ha olvidado. Por eso, tiene que aprender desde cero. Pero, tras unos días de aprendizaje en los que hace progresos asombrosos, una noche tiene un sueño. Sueña con su madre ¡y se despierta hablando perfectamente! 

Aquí ya me dije que esto tiene más de fumada que de novela histórica o, al menos, con una mínima base sobre la que asentarse. El clan del oso cavernario acercaba peligrosamente a la señora Auel al nivel de mi admirado Dan Brown. Tras El valle de los caballos, ambos se encuentran en dura pugna por sentarse en la cúspide de mi Parnaso de los indocumentados. 
Aún así, o por todo ello, voy a darle un dos.

Por supuesto, no se me ocurrirá recomendárselo a nadie que aprecie.

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