domingo, 6 de mayo de 2018

Tanta paz llevéis como descanso dejáis

Hace unos días hemos vivido un hecho que en poco tiempo entrará en los libros de Historia: el comunicado de disolución de ETA. 

Han sido sesenta años, centenares de atentados y una lista de 829 nombres.

Vale que durante los años del tardofranquismo, los miembros de ETA estaban rodeados de un aura de luchadores por la libertad, la democracia y tal y tal. Pero todo eso ardió durante la transición, durante los llamados años del plomo, duante los que los atentados y los asesinados se contaban por centenares y que hicieron tambalearse los cimientos de nuestra joven democracia, avivando los rescoldos de los involucionistas y dando alas a los halcones del ejército hasta materializar el golpe de estado del 23 de febrero de 1981. 

El franquismo ya había acabado, pero ETA seguía matando. Con la connivencia de la iglesia vasca y de una ciudadanía en la que imperaba mayoritariamente el "algo habrán hecho" y el "sí, pero no era de los nuestros". La serpiente, durante años con una pátina de romanticismo, mostraba su verdadero rostro y sus colmillos goteantes de veneno.

Recuerdo vagamente aquellos años. Yo no llegaba a los diez años, pero cada telediario era una crónica repleta de altercados, coches bomba, ataques indiscriminados... Desde la lejanía tengo que admitir que a todo acaba uno acostumbrándose, acaba haciéndose bicho bola y las noticias dejan de hacer mella.

Atentados como el de la casa cuartel de Vic, El Corte Inglés de Barcelona, Irene Villa y tantos y tantos otros. El Estado respondía con la llamada guerra sucia. Con la perspectiva de los años, pienso que aquello fue necesario, aunque no estoy seguro de que ayudara a recortar los años de pesadilla y que sirviera como coartada futura. 

Afortunadamente las cosas fueron cambiando. Empezando porque Francia, por fin, colaboraba con las autoridades españolas y dejaba de ser un santuario para los asesinos y sus estructuras de soporte. Aquello, sin duda, cogió a ETA con el pie cambiado y dio un respiro a nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, hartos seguramente de perseguir a estas alimañas hasta la frontera para luego ser burlados continuamente. 

Después, pero no menos importante, llegó el giro de la opinión pública vasca. Los que antes jaleaban, o callaban o, en el mejor de los casos miraban hacia otro lado, dejaron de hacerlo y se atrevieron a enfrentarse con la rama política que, con diversos nombres, pululaba por el espectro electoral vasco. Y todo ello "gracias" al asesinato de Miguel Ángel Blanco. Nadie pudo anticipar que las consecuencias serían muy distintas a las esperadas por los mismos verdugos. Lejos de poner de rodillas al Estado, le dio nuevos ánimos avivados por una oleada de indignación como pocas veces se ha visto en España. Miguel Ángel Blanco, el joven concejal del PP con cara de buena persona, se convirtió en mártir y en símbolo. Un precio demasiado alto. 

A partir de ahí, la cuesta abajo. Y cuanto más abajo, más relevancia tomaba la lista creciente de asesinados, porque Miguel Ángel no fue el último, y más amarga la repulsa que cada uno de ellos recibía de todos los ámbitos de la sociedad. 

Sesenta años después, y tras diversos paripés con observadores internacionales, entregas parciales de armas y retórica almibarada, ETA se va por la puerta de atrás de la Historia. Derrotada en la práctica, con el vértigo de que todo el sufrimiento causado no ha servido para nada, intentan salvar la cara con un patético comunicado final y una aún más patética ceremonia en Francia.

Es deber de todos ganar esta última batalla, la del mensaje. Tanta maldad, tanta hipocresía y tanto daño no pueden quedar impunes e los libros de Historia. Debemos dejar claro que unos mataban y otros, muchos inocentes, mujeres, niños, morían a mayor gloria del denominado conflicto vasco, solo vigente en un puñado de mentes enfermas y fanáticas que no conocían la piedad. 

Quedan, por cierto, más de trescientos atentados sin resolver. No deben quedar impunes, porque la Justicia no debe mirar para otro lado. La maquinaria no debe detenerse ni todo este montaje debe servir como indulgencia plenaria para aquellos que tengan cuentas por pagar. 

Por fin, ETA se ha convertido solo en un recuerdo de un mal sueño del que hemos podido despertar como resultado de la voluntad de una sociedad madura. Se van, sin pedir perdón, pero se van.

Por eso, desgraciados, tanta paz llevéis como descanso dejáis. Y si tenéis un poco de conciencia, espero que los recuerdos de tantos asesinatos inútiles no os dejen dormir por las noches y despertéis sobresaltados, solo para daros cuenta de que habéis malgastado años de vuestras vidas y las vidas enteras de otros. 




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