Hace unas entradas, creo que cuando tocó hablar de La Sirenita, comentaba que hay un sentimiento de nostalgia del espectador con el que se juega de forma continua y sin complejos. Hoy me apetece poner otro par de ejemplos de la Industria por antonomasia y otro más, en este caso de mi propia nostalgia interna.
Para empezar, Top Gun: Maverick. La primera película fue todo un bombazo allá en 1986, con todos los elementos para ello en aquella época: motos, aviones, torsos desnudos en la playa, gafas de sol de espejo, una estrella total como Tom Cruise y una chica guapa como Kelly McGillis, todo regado con una banda sonora que se convirtió en un icono y acompañado por un elenco totalmente reconocible: Tim Robbins, Val Kilmer, Michael Ironside, Tom Skerrit, incluso Meg Ryan se subió al carro.
El cartel es precioso |
Tardaron casi cuarenta años en decidir que tocaba una segunda parte, así que fue en 2022 cuando volvimos a ver a Maverick a los mandos de un caza de combate y como instructor de la misma academia Top Gun en la que hizo estragos en los ochenta.
Tenemos otra vez máquinas brillantes (motos y aviones), torsos desnudos, gafas de sol de espejo, chica guapa (Jennifer Connelly en una especie de juego de metanostalgia), un pequeño papel de un físicamente acabado Val Kilmer y una estrella mundial ya entrada en años y a la que se la ven las costuras. La banda sonora es menos icónica y el elenco acompañante menos reconocible: John Hamm, Glenn Powell (su carrera no acaba de despegar) y Miles Teller (sorprendente el parecido físico con Anthony Edwards, el Goose original) y su cara de palo.
La historia no da mucho de sí, más allá de los cambios en la geopolítica actual que hacen cambiar de enemigos a los recios muchachos de América, y la misión suicida y técnicamente imposible a la que se van a enfrentar. Incluso hay alguna fantasmada que saca de la película y un cierto tono de humor no muy logrado.
Pero, quizá por esa nostalgia, la película aguanta el tipo durante sus casi 130 minutos y está valorada con un soberbio 8,2 en imdb (6,9 para la original). Debo confesar que yo me lo pasé bastante bien.
El segundo ejercicio de nostalgia es Indiana Jones y el dial del destino, el retorno y previsible adiós de Harrison Ford al personaje, después de la denostada entrega anterior que vino a destruir un legado casi perfecto.
La quinta entrega se presumía de redención y se queda en un gris quiero y no puedo. Si a la estrella de Top Gun decíamos que se le ven las costuras, a Harrison Ford directamente le huele el culo a tierra pasados los ochenta años y ya no está para muchos trotes.
Otro pedazo de cartel |
Por eso, la película no puede sacudirse de encima ese ambiente a despedida y así nos trae de vuelta a amigos de toda la vida, como Marion (Karen Allen) y Sallah (John Rhys-Davies tambien está para ver crecer las flores desde abajo). La aparición de Antonio Banderas, todavía hoy, no tiene demasiado sentido para mí, más allá de ampliar un poco el metraje y no logré conectar con la Helena de Phoebe Waller-Bridge.
Mads Mikkelsen, por su parte, viene a demostrar que no hay villano como un nazi, lo que resulta en uno de los aciertos de la película.
La historia, involucrando a Arquímedes, el asedio romano de Siracusa y el mecanismo de Antiquitera en una trama de viajes temporales, resulta hasta cierto punto interesante, pero palidece ante la búsqueda del Arca de la Alianza o el Santo Grial.
Y otro más... |
Son algo más de dos horas y media de las que los primeros treinta minutos son sublimes y reconcilian a la franquicia (rejuvenecimiento de Indiana con CGI mediante) y los últimos treinta sobran y dejan un regusto final agridulce.
El 6,5 de imdb viene a refrendar esta sensación, a pesar de haber contado en la dirección con James Mangold, que tiene un curriculum notable (Logan, El gran showman o Le Mans ´66, aparte del biopic de Bob Dylan con Thimotée Chalament).
El último ejercicio de nostalgia es personal y viene por la reposición durante las noches del verano de 2023 de Curro Jiménez.
Ver
cabalgar a Curro y su banda, el Estudiante, el Algarrobo, el Gitano,
el Fraile y Malos Pelos, al son de la guitarra española y por la
serranía (presumiblemente) andaluza, me lleva a la infancia y las
tardes de juegos con mi vecino Pedro, los clicks de famobil y las
pistolas de pinzas que nos hacía mi hermano con las que asaltábamos diligencias y hacíamos sudar tinta a las fuerzas del gobernador.
Este ya no tanto... |
Aparte de tiros de trabuco, albaceteñas de dos palmos y mantas enrolladas al brazo, Curro Jiménez fue una serie entretenida para mayores y pequeños, con un tono que fue cambiando con el tiempo y algunos capítulos que tenían unas tramas sorprendentemente modernas, jugando siempre con esa figura del héroe popular, perseguido por el poder y venerado y protegido por el pueblo al que siempre defenderá por encima de su propio bienestar.
Curro pasó en este tiempo de luchar contra el invasor francés a deshacer entuertos diversos e incluso a enfrentarse con poderosas sociedades secretas como La Garduña, evolucionando como personaje de una forma bastante interesante.
Es además un gozo poder revisitar los capítulos y ver a muchas de las glorias patrias del cine y la televisión de entonces, haciendo pequeños personajes de época en una serie que por aquel entonces veían millones de personas.
La tuna |
Fueron
apenas tres temporadas y cuarenta capítulos, con un final de western
crepuscular con los tres inseparables galopando por una playa
mientras alejándose del espectador. Es curioso, pero también se puede encontrar en imdb con un decente 7,3
En 1995 hubo un intento de revitalizar el personaje, pero aquello no cuajó. Supongo que eran otros tiempos y el público tenía otros intereses.
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