sábado, 4 de enero de 2020

Las vueltas que da la vida

Hay que ver las vueltas que da la vida. 



Cuando empecé con mi afición por los juegos de rol, allá por 1991, comprar un manual era fruto de la fuerza de voluntad necesaria para ir ahorrando poco a poco el dinero necesario. Normalmente uno del grupo lo compraba, lo que automáticamente suponía su ascenso a máster, y el resto del grupo lo gorroneaba y lo manoseaba en las sesiones de juego. Esto, con suerte.

Las más de las veces lo que hacíamos era jugar con fotocopias de fotocopias, tanto que a veces resultaban ilegibles. Hay que entendernos, por aquellas fechas los derechos de autor no estaban tan mirados y era habitual irte a la copistería de confianza y fotocopiar un libro entero, ya fuera el MERP o el de Ecuaciones Diferenciales de 2º de carrera.

Hasta la compra de los dados se convertía en una ocasión especial: había que elegir cuidadosamente el color, y asegurarnos de que las cifras fueran legibles en todos ellos. El desembolso económico por un juego de dados normal, suponía también un porcentaje importante de nuestra paga semanal. 

Lo que faltaba en material lo suplíamos en ilusión, amigos y tiempo. Ibamos sobrados de todo, tanto que mi grupo de juego lo formábamos siete personas, que nos reuníamos todos los domingos por al tarde en casa de uno de nosotros (siempre el mismo, el pobre). Las conversaciones duraban toda la semana; a veces, las discusiones también. Incluso jugamos unas cuantas sesiones tipo maratón, o más bien hasta que el cuerpo aguante.... Eran buenos tiempos. 

Hoy, casi tres décadas después, no tengo problemas en comprar manuales a pesar de que están a precio de oro. De cuarenta a cincuenta euros de vellón, cada uno de ellos. Tengo más manuales de los que nunca pensé que sería posible. Tengo manuales de juegos a los que no he jugado nunca ni, por desgracia, llegaré a jugar. Afortunadamente me lo puedo permitir. 

Lo que me falta son tiempo y amigos. Bueno, sobre todo me falta tiempo.

Nuestro grupo de juego lo formamos ahora cuatro personas, que nos reunimos más o menos una vez al mes excepto en los meses de verano (esta es una costumbre que arrastramos de los buenos tiempos). O sea, que disfrutamos de nuestra afición alrededor de 40 horas... al año... Familia, trabajo... de repente todo se convierte en muy complicado.

Por un lado me alegro de seguir cumpliendo años y mantener una afición como esta. Por otro lado a veces, solo a veces, me da mucha pena recordando lo que fuimos y viendo lo que somos. Y, otras veces, me da por pensar cosas como la que ha dado sentido a esta entrada: que la vida cambia y evoluciona, que esto no es bueno ni malo de por sí, sino que hay que aceptarlo y disfrutando de lo que hay en cada momento. 

Ahora mismo tengo un cosquilleo en la mano de los dados...

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