domingo, 29 de marzo de 2020

El caso Fischer

¿Es el tomate una fruta o una verdura?
¿Es el ajedrez un juego, un deporte, una ciencia? Quizá sea todo a la vez, pero lo que es idudable es que fascinan su aparente sencillez y su probada complejidad. Puedes aprender a jugar en relativamente poco tiempo, pero se tardan años de dedicación en poder dominarlo a gran nivel. Millones de combinaciones de jugadas posibles y la capacidad de ser jugado por niños y ancianos, hombres y mujeres, con igual capacidad.

El ajedrez llegó a Europa de manos de los invasores árabes y fue muy popular en la Edad Media, con tratados como el de Alfonso X, cuando la escuela castellana era de las más potentes. Entrado el siglo XIX y principios del siglo XX el ajedrez era muy popular en el Imperio Alemán, el Imperio Austro-húngaro y, sobre todo, el Imperio Ruso.



Por esas fechas se instauró el Campeonato del Mundo de Ajedrez, con nombres míticos como Emanuel Lasker, Raúl Capablanca, Alexander Alekhine, Mijaíl Tal, Tigran Petrosian....

Llegamos con ellos a la década de los setenta del siglo pasado, en plena Guerra Fría, con los Estados Unidos enfangados todavía en la eterna Guerra de Vietnam y muchos focos de inestabilidad en África, Sudamérica y Asia. En aquel entonces el campeón del mundo era Boris Spassky.

El ajedrez trascendió a sus círculos normales cuando el estadounidense Bobby Fischer ganó el torneo que le convertía en aspirante al título mundial. De esta forma, el mundo se veía abocado también a una titánica guerra en los tableros. Tanto que el campeonato se iba a celebrar en un escenario neutral, Reyjiavik, capital de Islandia, que por unos días fue el centro del mundo.

Fischer era un personaje peculiar, un poco desequilibrado, pero un genio para el ajedrez. Lleno de manías, de prejuicios y de miedos, estaba en un permanente estado que no hacía presagiar nada bueno. Frente a él Boris Spassky, ejemplo del régimen soviético y el cultivo al cuerpo y la mente.



La primera partida acabó con victoria de Spassky. Fischer enloqueció y amenazó con retirarse. Pensaba que estaba siendo espiado y que le estaban intentando controlar mentalmente, que su casa estaba repleta de micrófonos... estaba un poco paranoico, la verdad. Tanto que decidió no presentarse a la segunda partida. Comenzaba con un 2-0 en contra, 22 partidas por jugarse y el reto de llegar a 12,5 puntos (el empate favorecía al campeón).

Le hicieron falta 19 partidas más, con una derrota, once tablas y siete victoras. Fischer se proclamó campeón del mundo, convirtiéndose en el primero no soviético desde 1948. Desapareció después durante años, no defendió el título mundial en 1975 y su estado mental empeoró hasta la locura. Mucho tiempo después repitió el match contra Spassky, volvió a ganar y a desaparecer, para salir a la luz en raras ocasiones para atacar a los Estados Unidos con sus declaraciones.



La película El caso Fischer (me gusta más el título original, Pawn sacrifice) refleja con fidelidad todo esto, haciendo hincapié en la difícil personalidad de Fischer y, al mismo tiempo, su genialidad como jugador de ajedrez.

De sencilla factura, se basa en los actores y en los personajes. Algo menos de dos horas sobre los hombros de Tobey Maguire (Bobby Fischer), Liev Schreiber (Spassky) y un elenco de secundarios.

En imdb tiene un 7,0 hoy, pero a mí me pareció que está para algo más.

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