jueves, 20 de agosto de 2009

Daño colateral

Cuelgo hoy el tercer relato presentado al II Certamen Monstruos de la Razón, esta vez en la categoría de Ciencia Ficción. No es muy largo y la idea tampoco es original, pero he intentado tomármelo con un poco de humor.



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Pasó la tarjeta de identificación por el lector electrónico que, tras unos instantes, abrió la esclusa dejándole paso libre. Ya comenzaba a agobiarle tanta seguridad. Todos los días, cada descanso, cada cambio de turno, era un suplicio debido a la infinidad de controles que debía pasar para llegar a la zona de descanso desde su lugar de trabajo. No estaba sorprendido, en cualquier caso, ya que las amenazas de sabotaje eran continuas en un proyecto de estas características.

Llevaba ya más de dos años trabajando día sí y día también, con turnos de dieciséis horas y apenas una decena de días libres en todo ese período. Como la inmensa mayoría de sus compañeros, había sido reclutado en su planeta natal y llevado al astillero en el que comenzó a construirse la superestructura. Catorce meses después, con los sistemas de navegación y propulsión totalmente operativos, la gigantesca nave abandonó las instalaciones con más de veinticinco mil trabajadores a bordo que continuaron con sus labores diarias. Pero la paga era buena y tenía pocas oportunidades de gastar, así que…

Se decía que los militares se estaban haciendo cargo de los sistemas de control tan pronto como estaban terminados. Y aunque pocos se atrevían a decirlo en voz alta, y nadie tenía pruebas de ello, los ingenieros de alto nivel implicados en los sistemas y subsistemas primordiales habían ido desapareciendo. Según se comunicó a los trabajadores a su cargo, se habían retirado y disfrutaban de un merecido descanso en alguno de los planetas de recreo más conocidos.

Los trabajos estaban a punto de finalizar. Las primeras pruebas de funcionamiento habían resultado satisfactorias y se estaban puliendo los últimos detalles. Su labor estaba en las últimas etapas del proceso y por primera vez en muchos meses disponía de algo de tiempo libre.

Caminaba con ligereza por los pasillos pasando de cuando en cuando los sempiternos controles, algunos de los cuales contaban con puestos de guardia militar. De hecho, si echaba un poco la vista atrás, los controles militares eran cada vez más numerosos y sustituían a gran cantidad de controles civiles.

Había bastante movimiento de tropas en el interior del enorme complejo, principalmente de infantería pero también habían visto unos cuantos centenares de pilotos de combate. Se decía que llevaban una escolta de varios destructores estelares, pero no era más que un rumor por confirmar, ya que no había mamparos que tuvieran visión al exterior ni los trabajadores tenían acceso a las salas de control y detección. Incluso se rumoreaba que el mismísimo Comandante Supremo se encontraba a bordo de uno de los destructores. No obstante el rumor parecía exagerado, pues nadie en su sano juicio se enfrentaría a la potencia de fuego de la estación de combate, aún sin estar plenamente operativa, así que la necesidad de una escolta tampoco estaba clara.

Llegó a la sala comunal donde saludó sin detenerse a algunos conocidos. Recogió uno de los ejemplares del periódico que se editaba diariamente para mantener entretenidos a los trabajadores y que con total seguridad estaba convenientemente censurado y extrajo un café con leche, largo de café, en vaso de plástico de la máquina expendedora. Sin azúcar. Se escaldó los labios al probar el café y maldijo para sus adentros.

-¿No te sientas con nosotros, Davey?

- ¡Dame un rato Jonas, voy al tigre y vuelvo a tomarme algo! ¡Llevo tres horas aguantándome y ya no puedo más!

Ambos rieron a carcajadas y se llevaron la mano a la sien, emulando un saludo militar. Davey se dirigió entonces a los lavabos y entró en un cubículo vacío. Bajándose los pantalones, se sentó en el retrete y abrió el periódico por las páginas de deportes con un gruñido de satisfacción.

En ese mismo momento, por uno de esos azares del destino, se produce un hecho cuya probabilidad es menor que una entre varios millones. El héroe de la Rebelión, sin duda fumado hasta las cejas, oye una voz en su cabeza que le guía a través del conducto de ventilación hasta el reactor principal del complejo. Evidentemente, un incomprensible fallo de diseño básico. Por si esto fuera poco sortea con su destartalada nave las ultramodernas defensas antiaéreas y a la escuadrilla de cazas que se ha lanzado en su persecución, pilotada por la élite de la Flota Estelar. Al acceder al núcleo arroja unas cabezas termonucleares que contra toda esperanza dan en el blanco produciendo una explosión en cadena, y con una potra que seguramente no volverá a verse en mil años accede a otro conducto que le saca del interior de la masa de acero. Ni él se lo cree. Manda narices.

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