El 6 de agosto de 1945 se arrojó la primera bomba atómica sobre Hiroshima. El arma de mayor poder destructivo de la Historia se presentó en sociedad, para sonrojo de la Humanidad.
Los datos de víctimas mortales varían. Parece que unos 80.000 murieron directamente por efecto de la explosión, y posteriormente la cifra se elevó a 140.000 debido a las heridas o la radiación. La ciudad prácticamente fue destruida.
La decisión de arrojar la bomba es discutible. Probablemente se ahorraron vidas, pues la perspectiva de una guerra de desgaste contra Japón era igualmente indeseable y previsiblemente gravosa para ambos contendientes. Mucho más discutible fue la utilización de un segundo artefacto sobre Nagasaki, con Japón aterrorizado y mucho más proclive a la firma del armisticio. Aquí probablemente entraron en juego consideraciones geopolíticas de alto calado, y un más que probable aviso a navegantes, un mensaje directo a Stalin.
Lo que no cabe duda es que el comienzo de la era nuclear tuvo efectos beneficiosos en su utilización civil como fuente energética, tanto como riesgos a la propia supervivencia del planeta y la amenaza de un holocausto nuclear.
Japón recuerda hoy, nosotros también.
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