*****
Harry Ventour camina a paso vivo.
Vuelve la cabeza frenéticamente a uno y otro lado, mirando por encima del hombro con ojos muy abiertos como si pudiera taladrar el espeso cuerpo de la niebla que sube del río. En voz baja maldice su suerte, que le ha hecho encontrarse en la calle a estas alturas de la última noche del año. No debía haberse entretenido tanto en la taberna de Paddy Maloney, se dice, por muy buena cerveza negra que sirviese y por más que ésta se suba a la cabeza con más rapidez que las faldas su hija Katy.
Está a punto de resbalar en el húmedo suelo, así que se detiene a recuperar el resuello. Las sienes le palpitan al mismo ritmo que su enloquecido corazón, mientras que el sonido de su respiración martillea en sus oídos y una neblina enrojecida se entremezcla con la fantasmagórica niebla. Mira hacia arriba tratando de tranquilizarse, hacia la mortecina luz de un solitario farol de gas, mientras los sonidos parecen amortiguarse antes de llegar a él, envuelto en el blanco sudario.
No por primera vez escucha un ruido como de pasos que se detienen un poco más allá del umbral de su visión. Esforzándose en acallar las palpitaciones, aguza el oído. “Nada”, piensa, “debe ser mi imaginación”. No obstante habla con un susurro que parece expandirse en la oscuridad. “¿Hay alguien ahí?”, dice. Cree oír unas palabras, apenas audibles, en un idioma que desconoce. Mira a su alrededor con ojos temerosos, pero pronto se reprende. “Demasiada cerveza, viejo. En un rato estarás en tu cama y te reirás de todo esto”. Ensaya una carcajada que suena más a un graznido y que no le consuela.
***
Recuerda entonces el calor de la taberna y el agradable olor del tabaco para pipa, el tacto de la jarra de cerveza fría en la mano y el suave toque de la espuma en los labios. Al fin y al cabo no ha sido una Nochevieja tan triste como temía. Se habían juntado los habituales, John Tres Piernas, William Radcliffe, Homer Galloway y él mismo. Se habían hartado de pavo relleno y de frutas confitadas, todo regado con buena cerveza y aderezado con alguna copita de licor. Hasta que poco a poco los parroquianos fueron desfilando y lo de Paddy se fue vaciando. Decidió entonces quedarse y apurar otra pinta, y aún no se había arrepentido lo suficiente.
La vieja Mary Hallaster había entrado tambaleándose, borracha como una cuba. Paddy trató de convencerla para que se fuera a su casa, pero ella armó un escándalo. Gritaba a Paddy todo tipo de improperios y le golpeaba el rostro, tratando de arañarle. El tabernero, molesto, le agarró las muñecas y la empujó quizá un poco más violentamente de lo necesario teniendo en cuenta la edad y las condiciones en que se encontraba la mujer. Mary cayó al suelo, golpeándose duramente las posaderas y provocando las risas de los hombres presentes. Le habría valido más haberse mordido la lengua que decir lo que dijo:
- Vieja, vete a tu casa y no hagas más el ridículo –dijo para a continuación sorber ruidosamente un buen trago de cerveza.
Los hombres redoblaron sus risas y el rostro de la mujer se volvió rojo como la grana. Reuniendo la poca dignidad que pudo, se levantó y le habló. Dios, cómo le habló.
- Harry Ventour, haces mal en reírte de una pobre anciana – le espetó. –Estás ahí sentado, bebiendo cerveza y creyéndote muy listo. Crees que lo sabes todo, pero no es así – rió con su boca desdentada, un sonido muy desagradable por cierto. -¿Sabes acaso que muchos hombres encuentran a su demonio en el fondo de una jarra de cerveza? ¿Eres suficiente hombre para enfrentarte a él?
Y le escupió, apresurándose a salir de la taberna al frío de la noche. Las risas cesaron, mientras todos le miraban limpiarse la cara con el dorso de la manga. Quiso aparentar tranquilidad, pero le temblaba la voz.
- ¡Bah! ¿Quién quiere hacer caso a una vieja loca y borracha? ¡Habráse visto semejante disparate!
Rió, pero nadie le acompañó. Y su risa se desvaneció, como un mal augurio. Se le quitaron las ganas de beber y no volvió a tocar la jarra. De vez en cuando miraba el fondo a través del cristal y en alguna ocasión creyó ver algo. “El cansancio me nubla la vista”, se dijo. Hasta que se levantó, se despidió y se encaminó a su casa.
***
Lo recuerda todo como si acabara de pasar. Y continúa desasosegado. Cuando empieza de nuevo a caminar, después de dos o tres pasos, oye otros por detrás de él. Al principio cree que son los ecos apagados de los suyos, pero luego nota que el ritmo no es el mismo. Se detiene, pero los pasos continúan acercándose a él, sigilosos. Los nota más cerca, si bien no se oyen mejor. Se gira entonces. Nadie. Grita otra vez “¿Hay alguien ahí?” y entonces cree percibir una risa apagada. Su corazón se agita y se lleva la mano al pecho. “¿Hay alguien ahí?”. Se le crispa la garganta. “Harry…”
***
El Times no se hace eco en primera página. Por descontado. Hay que rebuscar en las profundidades del periódico, pero allí está, bien visible a los ojos avisados.
“Aparece muerto el cuerpo de un hombre en el Distrito…”
“…Según las primeras investigaciones, tal era su estado de embriaguez que debió caer al suelo y se golpeó con fuerza la cabeza…La sangre manó profusamente de la herida…No hay señales de violencia….Ojos abiertos desorbitados por el terror…Trató de escribir con su sangre… DEMON…Todo indica un caso delirium tremens que deriva en ataque cardíaco…”
La vieja Mary, arrebujada en un rincón del Albergue para Indigentes dobla con cuidado el periódico y sonríe, los ojos chispeantes, al dejarlo sobre la mesa.
Vuelve la cabeza frenéticamente a uno y otro lado, mirando por encima del hombro con ojos muy abiertos como si pudiera taladrar el espeso cuerpo de la niebla que sube del río. En voz baja maldice su suerte, que le ha hecho encontrarse en la calle a estas alturas de la última noche del año. No debía haberse entretenido tanto en la taberna de Paddy Maloney, se dice, por muy buena cerveza negra que sirviese y por más que ésta se suba a la cabeza con más rapidez que las faldas su hija Katy.
Está a punto de resbalar en el húmedo suelo, así que se detiene a recuperar el resuello. Las sienes le palpitan al mismo ritmo que su enloquecido corazón, mientras que el sonido de su respiración martillea en sus oídos y una neblina enrojecida se entremezcla con la fantasmagórica niebla. Mira hacia arriba tratando de tranquilizarse, hacia la mortecina luz de un solitario farol de gas, mientras los sonidos parecen amortiguarse antes de llegar a él, envuelto en el blanco sudario.
No por primera vez escucha un ruido como de pasos que se detienen un poco más allá del umbral de su visión. Esforzándose en acallar las palpitaciones, aguza el oído. “Nada”, piensa, “debe ser mi imaginación”. No obstante habla con un susurro que parece expandirse en la oscuridad. “¿Hay alguien ahí?”, dice. Cree oír unas palabras, apenas audibles, en un idioma que desconoce. Mira a su alrededor con ojos temerosos, pero pronto se reprende. “Demasiada cerveza, viejo. En un rato estarás en tu cama y te reirás de todo esto”. Ensaya una carcajada que suena más a un graznido y que no le consuela.
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Recuerda entonces el calor de la taberna y el agradable olor del tabaco para pipa, el tacto de la jarra de cerveza fría en la mano y el suave toque de la espuma en los labios. Al fin y al cabo no ha sido una Nochevieja tan triste como temía. Se habían juntado los habituales, John Tres Piernas, William Radcliffe, Homer Galloway y él mismo. Se habían hartado de pavo relleno y de frutas confitadas, todo regado con buena cerveza y aderezado con alguna copita de licor. Hasta que poco a poco los parroquianos fueron desfilando y lo de Paddy se fue vaciando. Decidió entonces quedarse y apurar otra pinta, y aún no se había arrepentido lo suficiente.
La vieja Mary Hallaster había entrado tambaleándose, borracha como una cuba. Paddy trató de convencerla para que se fuera a su casa, pero ella armó un escándalo. Gritaba a Paddy todo tipo de improperios y le golpeaba el rostro, tratando de arañarle. El tabernero, molesto, le agarró las muñecas y la empujó quizá un poco más violentamente de lo necesario teniendo en cuenta la edad y las condiciones en que se encontraba la mujer. Mary cayó al suelo, golpeándose duramente las posaderas y provocando las risas de los hombres presentes. Le habría valido más haberse mordido la lengua que decir lo que dijo:
- Vieja, vete a tu casa y no hagas más el ridículo –dijo para a continuación sorber ruidosamente un buen trago de cerveza.
Los hombres redoblaron sus risas y el rostro de la mujer se volvió rojo como la grana. Reuniendo la poca dignidad que pudo, se levantó y le habló. Dios, cómo le habló.
- Harry Ventour, haces mal en reírte de una pobre anciana – le espetó. –Estás ahí sentado, bebiendo cerveza y creyéndote muy listo. Crees que lo sabes todo, pero no es así – rió con su boca desdentada, un sonido muy desagradable por cierto. -¿Sabes acaso que muchos hombres encuentran a su demonio en el fondo de una jarra de cerveza? ¿Eres suficiente hombre para enfrentarte a él?
Y le escupió, apresurándose a salir de la taberna al frío de la noche. Las risas cesaron, mientras todos le miraban limpiarse la cara con el dorso de la manga. Quiso aparentar tranquilidad, pero le temblaba la voz.
- ¡Bah! ¿Quién quiere hacer caso a una vieja loca y borracha? ¡Habráse visto semejante disparate!
Rió, pero nadie le acompañó. Y su risa se desvaneció, como un mal augurio. Se le quitaron las ganas de beber y no volvió a tocar la jarra. De vez en cuando miraba el fondo a través del cristal y en alguna ocasión creyó ver algo. “El cansancio me nubla la vista”, se dijo. Hasta que se levantó, se despidió y se encaminó a su casa.
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Lo recuerda todo como si acabara de pasar. Y continúa desasosegado. Cuando empieza de nuevo a caminar, después de dos o tres pasos, oye otros por detrás de él. Al principio cree que son los ecos apagados de los suyos, pero luego nota que el ritmo no es el mismo. Se detiene, pero los pasos continúan acercándose a él, sigilosos. Los nota más cerca, si bien no se oyen mejor. Se gira entonces. Nadie. Grita otra vez “¿Hay alguien ahí?” y entonces cree percibir una risa apagada. Su corazón se agita y se lleva la mano al pecho. “¿Hay alguien ahí?”. Se le crispa la garganta. “Harry…”
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El Times no se hace eco en primera página. Por descontado. Hay que rebuscar en las profundidades del periódico, pero allí está, bien visible a los ojos avisados.
“Aparece muerto el cuerpo de un hombre en el Distrito…”
“…Según las primeras investigaciones, tal era su estado de embriaguez que debió caer al suelo y se golpeó con fuerza la cabeza…La sangre manó profusamente de la herida…No hay señales de violencia….Ojos abiertos desorbitados por el terror…Trató de escribir con su sangre… DEMON…Todo indica un caso delirium tremens que deriva en ataque cardíaco…”
La vieja Mary, arrebujada en un rincón del Albergue para Indigentes dobla con cuidado el periódico y sonríe, los ojos chispeantes, al dejarlo sobre la mesa.
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